Ana… y El reino de los muros en
Abrirse las constelacionesYa había dicho que
Golpear las ventanas, mi otro blog, mostraría a sus amigos parte de la vida que hace el cotidiano de los poetas cubanos en Holguín. Pues bien, que mejor manera que dejar constancia de un hecho que para un escritor es de primera importancia: ver publicados sus libros. Esta vez, en la Peña Literaria “Abrirse las constelaciones”, espacio que conduzco cada mes, y que propicia el encuentro entre jóvenes escritores e intelectuales cubanos, fue un buen momento para poner a la consideración de los lectores dos volúmenes que acaban de salir de las imprentas de la Editorial El Mar y la Montaña (Guantánamo). Ana y las visitaciones (cuento), de Javier Deville y El reino de los muros (Poesía) de Maribel Feliú, ambos Premio Regino E. Boti 2007, dos títulos por los que aguardamos durante algunos meses pacientemente y que hoy, finalmente han tenido su primera presentación en nuestra ciudad.
En esta ocasión me correspondió hacer la presentación de Ana y las visitaciones. A continuación transcribo las palabras que dije en esa ocasión. Pido a los amigos que continúen golpeando las ventanas de los poetas holguineros, estoy convencido que encontrarán cosas maravillosas…
Las visitaciones de Lord Deville
Cada verano llega a estas tierras un señor de aspecto cuidado, casi siempre lleva camisa blanca; es pálido, muy pálido, tanto que es fácil confundirlo con un ser generoso de la no vida. Sus manos, tan largas como lirios de cintas, se extienden al saludo por vez primera inseguras, como si quisieran retener la parte que se supone se entrega en el instante del saludo. Si abrazas a este caballero, si se te es permitido abrazarlo, ¾pues este tipo de acercamientos afectuosos es suerte de unos pocos solamente¾ uno no está reteniendo nada, uno no está reteniendo absolutamente nada: en el hueco cariñoso que le haces al Lord, queda una especie de vacío poblado por minúsculas criaturas displicentes que fingen indiferencia a las demostraciones de cariño que se les da. Un Lord siempre es una criatura inglesa y un inglés no puede permitirse estas debilidades. Sin embargo, este señor de aspecto lunar yo le he visto emocionarse, hablar con pasión de sus amadas Virginia Woolf y Dulce María Loynaz. A mí si que no puede mentirme, yo conozco su vena caribeña, su sangre azul mezclada al rojo vivo de la olla antillana. Envestido por esas luces llega a las plazas de San Isidoro de Holguín, custodiado por las montañas y mares de la tierra que lo vio nacer, aunque tiene raíz paternal (y principal) entre los hombres nuestros. Y es bien recibido y bien amado. Por eso dice, quiere venirse a vivir con nosotros.
Javier Ricardo Deville, como buen noble que es, escribe páginas de agua, pero su condición etérea no priva a sus cuentos de toda esa violencia que acompaña a la mayoría de sus contemporáneos. Ana y las visitaciones, libro de cuentos que ganara el Premio Botti 2007, es el primer volumen que entrega Deville a sus lectores. Digamos que es una suerte de “primera comunión” con esos ojos que a nuestras espaldas fabulan, deciden, cambian el destino de un escritor. Javier es consciente del juego peligroso que supone el hecho de publicar un libro, un primer libro, y lo asume con toda la perversión (literaria) que hace falta para sobrevivir a las lides (también literarias y menos literarias, pues de espíritus humanos se trata). Este volumen sobrevivió al criterio escrupuloso de Ana Luz García y Jorge Ángel Pérez, quienes conformaron el jurado del Boti en ese año. (Ana) Luz y (Jorge) Ángel, personajes que han marcado en nuestros cenáculos un estilo de vida.
Ana y las visitaciones, reúne 10 cuentos. Si algo seduce de estas historias, más que las historias mismas, es el modo con que el autor maneja las situaciones más difíciles. Hay que recordar que Deville, además de narrador es poeta. Y hace gala de la sapiencia que le otorga el hecho de escribir versos, poemas… conoce muy bien que la contención es un mérito que hay que agradecer. Así, sus historias, escritas en unas pocas páginas, quedan perfectamente dibujadas. Uno siente que sus cuentos no terminan, pero no que son historias inconclusas por defecto sino por pura voluntad. Y qué es un cuento sino el relato de un hecho que conformará junto a otros cuentos la gran novela de la vida de un personaje. Por eso digo que uno siente que esas historias suyas no terminan, lo que es de esperar, pues la mayoría de sus personajes están insertados a la vida misma, a la agonía que implica asumir un día y otro en la difícil trabazón de la existencia.
Cuando un escritor inserta esa minúscula parte de una vida (que es un cuento) se ha acercado bastante a las funciones del Dios creador, pues ha recreado para su beneficio un mundo que en ocasiones logrará superar las fronteras que le impone los márgenes del papel. Ser Dios no es como ser un hacedor de cuentos, pero ser un hacedor de cuentos en algo se asemeja al Señor de las alturas.
Podría detenerme, espaciarme en consideraciones más o menos personales, más o menos acertadas sobre el oficio de un hombre que ha buceado en las pasiones de las mujeres de su vida, casi todas escritoras, casi todas estas vidas tormentosas, incluso en la aparente serenidad de una casona del Vedado, pero en igual magnitud sofocada en la penumbra habladora que contenía a la Woolf y que le llevó a la aguas pardas del Ouse. Digo que podría detenerme en consideraciones que al final no aportarían más que el goce propio y de cada uno de ustedes que es siempre la lectura de unas páginas escritas con meticulosidad, en noches de insomnios, después de un café con los amigos, una vez terminadas las largas jornadas de esas conversaciones que te devuelven a casa sin fuerzas para seguir. Sin embargo, al día siguiente repites el esquema y así hasta que das por concluido lo que habrás de llamar vanidosamente “mi libro”. Y ese libro será suficiente para justificar que los seres de la luz, tanto como los seres de las sombras te e atormenten y festejen. Ese es el único modo de perpetuación a lo que puede aspirar la real nobleza del talento. De aceptarse estaría cumpliéndose uno de los destinos más admirables a los que puede aspirar un escritor: ganar amigos, enemigos. Ser motivo de una visitación. Y en el mejor de los casos, de una revisitación.
Luis Yuseff
Holguín, 12 de agosto, 2009